DyC 121:45 y 46
Hermano:
45 Deja
también que tus entrañas se llenen de caridad para con todos los hombres, y
para con los de la familia de la fe, y deja que la virtud engalane tus pensamientos
incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios; y
la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del
cielo.
46 El Espíritu
Santo será tu compañero constante, y tu cetro, un cetro inmutable de
justicia y de verdad; y tu dominio será un dominio eterno, y sin ser
compelido fluirá hacia ti para siempre jamás.
Conferencia General Abril 1982
La doctrina del sacerdocio
por el élder Bruce R. McConkie
del Consejo de los Doce
La doctrina del sacerdocio
por el élder Bruce R. McConkie
del Consejo de los Doce
A
todos vosotros, poseedores del Sacerdocio Aarónico y de Melquisedec, les
presento este desafío: Venid y aprended la doctrina del sacerdocio, venid y
vivid como corresponde a un siervo del Señor.
Esta doctrina del sacerdocio
-desconocida en el mundo y poco conocida aun en la Iglesia-no se puede aprender estudiando las Escrituras solamente. No ha
sido explicada en los discursos ni en las enseñanzas de profetas y apóstoles,
sino sólo mencionada. Solamente se puede
conocer por revelación personal. Aquellos que aman y sirven a Dios con todo
su corazón, alma, mente y fuerza la reciben “línea sobre línea, precepto tras
precepto”, a través del poder del Espíritu Santo. (D. y C. 98:12.)
Tenemos la promesa revelada de que si nuestras almas
están llenas de “caridad para con todos los hombres, y para con los de la
familia de la fe”, y si dejamos que “la virtud engalane [nuestros] pensamientos
incesantemente; entonces [nuestra] confianza se hará fuerte en la presencia de
Dios;
“Y la doctrina del sacerdocio destilara sobre
[nuestra] alma como rocío del cielo.” (D. y C. 121:45.)
Conociendo nuestras limitaciones,
“razonemos juntos” de todos modos y quizás podamos al menos vislumbrar las
maravillas de ese poder mediante el cual los mundos fueron creados. Quizás
podamos ver cómo, de qué manera, nosotros los mortales podemos ejercer ese
mismo poder para bendecir a nuestro prójimo y salvarnos a nosotros mismos.
¿Qué es, entonces, la doctrina del sacerdocio? ¿Qué
doctrina es esta, formulada en las cortes celestiales, que puede “destilar”
sobre los fieles “como rocío del cielo”? ‘ (D. y C. 121:45.)
El sacerdocio es un poder sin igual en la tierra y en
el cielo. Es el propio poder de Dios mismo, el poder por el cual los mundos fuero
hechos, el poder que todo lo regula sustenta y preserva.
Es el poder de la fe, la fe por el cual el Padre crea
y gobierna. Dios es Dios porque en Él se personifican toda la fe, y todo el
poder. Todo el sacerdocio. La vida que Él vive se llama vida eterna.
El grado en que podemos llegar a ser
como Él depende del grado en que logremos tener Su fe, obtener Su poder y
ejercer Su sacerdocio. Y cuando seamos como Él es, en el verdadero sentido de
la expresión también tendremos vida eterna.
La fe y el sacerdocio van de la mano. La
fe es poder y el poder es sacerdocio. Después de lograr la fe recibimos el
sacerdocio. Luego, por medio de este, aumentamos nuestra fe hasta que, teniendo
ya todo poder, seremos como nuestro Señor Jesucristo.
Nuestra vida mortal está destinada a ser
un periodo de prueba, de posición. Mientras
estamos aquí tenemos el privilegio de perfeccionar nuestra fe y aumentar en el
poder del sacerdocio
Recibimos el sacerdocio primeramente en la
preexistencia y luego como mortales. Adán poseía las llaves y ejerció el
sacerdocio cuando participo en la creación de la tierra. Después de su bautismo
lo recibió otra vez, y ahora es el Sumo Sacerdote que preside sobre toda la
tierra.
Todos los que tenemos llamamientos para ministrar en
el Santo Sacerdocio fuimos preordinados para ser ministros de Cristo y venir a
la tierra en el tiempo señalado, y trabajar bajo su mandato.
El Santo Sacerdocio hizo más para
perfeccionar a los hombres en los días de Enoc que en cualquier otra época. Conocido
entonces como el Orden de Enoc (D. y C. 76:57), fue el poder por el cual él y
su pueblo fueron traspuestos. (Hebreos 11:5.) Y lo fueron porque habían tenido
fe y habían ejercido el poder del sacerdocio.
El Señor hizo un convenio eterno con Enoc de que todos
los que recibieran el sacerdocio tendrían poder, por medio de la fe, de gobernar y controlar todo en la
tierra, desafiar los ejércitos de las naciones y pararse ante el Señor
investidos de gloria y exaltación.
Melquisedec tenía una fe similar, “y su pueblo obró en
justicia, y obtuvo el cielo, y busco la ciudad de Enoc”. (Génesis 14:34) Desde
esa época el sacerdocio se ha llamado con su nombre. SACERDOCIO DE MELQUISEDEC.
¿Cuantos Sacerdocios existen?
En la Iglesia hay dos sacerdocios, el Aarónico o
Levítico y el de Melquisedec. El Aarónico es un sacerdocio preparatorio, de
enseñanza: un sacerdocio menor, un sistema divino que prepara al hombre para
recibir el de Melquisedec.
El Sacerdocio de Melquisedec pertenece al orden más
alto y sagrado que jamás se haya dado al hombre en la tierra. Es el poder y
autoridad de hacer todo lo necesario para salvar y exaltar a los hijos de los
hombres. Es el mismo sacerdocio que posee el propio Señor Jesucristo y por
virtud del cual Él pudo obtener la vida eterna en el reino de su Padre. Ambos
sacerdocios se reciben por convenio (D. y C. 84:33-41). Ambos sobrepasan todo
poder terrenal; ambos preparan al hombre para la salvación.
Ahora veamos y escuchemos cuales son las
promesas del Señor en D. y C. 84. 33 al 44.
Descubramos las promesas del Señor a quienes entran en
el juramento y convenio del sacerdocio (en D. y C. 84:33–44):
El Señor (1) nos santificará por el Espíritu ; (2) renovará nuestros cuerpos; (3) nos contará entre la descendencia de Abraham; en otras palabras, nos dará las bendiciones prometidas a Abraham y a su posteridad; (4) nos hará Sus elegidos o escogidos; (5) nos dará todo lo que el Padre tiene; y (6) nos encomendará a Sus ángeles
El Señor (1) nos santificará por el Espíritu ; (2) renovará nuestros cuerpos; (3) nos contará entre la descendencia de Abraham; en otras palabras, nos dará las bendiciones prometidas a Abraham y a su posteridad; (4) nos hará Sus elegidos o escogidos; (5) nos dará todo lo que el Padre tiene; y (6) nos encomendará a Sus ángeles
Aquellos que reciben el Sacerdocio Aarónico pactan y
prometen honrar sus llamamientos, servir en el ministerio del Maestro,
renunciar al mundo y vivir como corresponde a los miembros dignos.
El Señor, a su vez, pacta y promete bendecir a todos
los que obedezcan el pacto Aarónico. Además, promete darles el Sacerdocio de
Melquisedec, por medio del cual se obtiene la vida eterna.
Aquellos que reciben el Sacerdocio de Melquisedec
pactan y prometen, ante Dios y los ángeles, honrar sus llamamientos,
vivir “de toda palabra que sale de la boca de Dios” (D.
y C. 84:44), casarse por esta vida y la eternidad en el orden patriarcal y
vivir y servir como lo hizo el Señor Jesucristo en su vida y su ministerio.
A su vez, el Señor pacta y promete darles todo lo que
el Padre tiene, o sea, la vida eterna, que es la exaltación y la condición
de dioses en aquel reino eterno, único lugar donde la unidad
familiar continúa para siempre.
El Señor los acepta así en su eterno orden patriarcal,
un orden que prevalece en la esfera más alta del mundo celestial; un orden que
asegura a sus miembros la progenie eterna, o, en otras palabras, la procreación
de hijos espirituales en la resurrección. (D. y C. 131:1-4.)
Estas son las promesas más gloriosas dadas al hombre.
No hay ni puede haber nada que sea tan asombroso y grande.
Por eso el Señor usa el lenguaje más poderoso y fuerte que conoce la lengua humana, para mostrar su importancia e inmutabilidad. Esto es, Dios jura con un juramento hecho en su propio nombre, porque no puede jurar por un nombre más grandioso, que todo el que obedezca el convenio hecho en relación con el Sacerdocio de Melquisedec heredará, recibirá y poseerá todas las cosas que hay en Su reino eterno, y será coheredero con el Señor, su Unigénito.
Por eso el Señor usa el lenguaje más poderoso y fuerte que conoce la lengua humana, para mostrar su importancia e inmutabilidad. Esto es, Dios jura con un juramento hecho en su propio nombre, porque no puede jurar por un nombre más grandioso, que todo el que obedezca el convenio hecho en relación con el Sacerdocio de Melquisedec heredará, recibirá y poseerá todas las cosas que hay en Su reino eterno, y será coheredero con el Señor, su Unigénito.
Dios hizo juramento de que Cristo seria exaltado, y
vuelve a jurar cada vez que uno de nosotros recibe el Sacerdocio de Melquisedec
que tendremos una exaltación similar si somos verídicos y fieles en todas las
cosas.
David dijo: “Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tu eres
sacerdote para siempre Según el orden de Melquisedec.” (Salmos 110:4.)
Y Pablo, después de citar estas palabras,
este juramento eterno de Dios mismo, dijo que Cristo “fue declarado por Dios
sumo sacerdote según el orden de Melquisedec?’. (Hebreos 5:5-6, 10.)
Pablo dijo de Melquisedec, a quien Abraham pagaba
diezmos:
“Porque este Melquisedec fue ordenado sacerdote según
el orden del Hijo de Dios, el cual orden era sin padre, sin madre, sin
descendencia, no teniendo principio de días ni fin de vida.” (Versión
Inspirada, Hebreos 7:3. Traducción libre.)
Antiguamente, el Sacerdocio Aarónico
estaba limitado a los levitas. Se recibía por causa de padre y madre, es decir
que era conferido solamente a los descendientes varones de Leví que fueran
dignos. Pero el Sacerdocio de Melquisedec había de ser conferido a cualquier
hombre, de cualquier linaje, que fuera digno de recibirlo.
Luego Pablo continúa:
“Y todos los que son ordenados a este sacerdocio
[mayor] son hechos semejantes al Hijo de Dios, permaneciendo sacerdotes para
siempre.” (Hebreos 7:3)
Cristo es el modelo; Él es el Hijo, el Heredero del
Padre. Pero nosotros, como coherederos, heredamos igual. Por qué también permanecemos sacerdotes para
siempre. Así hacemos el convenio con Dios; y Él nos hace un juramento a todos
nosotros a fin de mostrarnos la importancia y el valor eterno de este convenio.
Esto de pactar con juramento en los días
antiguos tenía un significado mucho mayor de lo que muchos de nosotros
comprendemos.
Por ejemplo: Nefi y sus hermanos estaban
tratando de obtener las planchas de bronce de Labán. Estaban en peligro de
muerte; sin embargo, Nefi juró así:
“Vive el Señor, que como nosotros vivimos no
volveremos a nuestro padre hasta que hayamos cumplido lo que el Señor nos ha
mandado.” (1 Nefi 3:15. Cursiva agregada.)
De esta forma Nefi hizo que Dios fuera su socio. Si fracasaba en su empresa, Dios
habría fracasado; y como El no fracasa, era forzoso para Nefi el conseguir las
planchas o dar su vida en el intento.
Uno de los juramentos más solemnes que
ha recibido el hombre se encuentra en estas palabras del Señor concerniente a
José Smith y el Libro de Mormón:
“Y [José Smith] ha traducido el libro, sí, la parte
que le he mandado”; dijo el Señor, “y vive vuestro Señor y vuestro Dios, que es
verdadero.” (D. y C. 17:6. Cursiva agregada.)
Este es el testimonio de Dios sobre el Libro de
Mormón. En él, Dios mismo pone por testigo su divinidad: O el libro es
verdadero o Dios cesa de ser Dios. No hay ni podría haber ningún lenguaje con
palabras más fuertes y solemnes conocido entre los hombres o entre los dioses.
Así es con el Sacerdocio de Melquisedec.
Vive el Señor que este es su Santo Orden, y todos aquellos de toda nación, y
tribu, y lengua, y pueblo, y raza, y color, que sean fieles a este convenio,
permanecerán sacerdotes para siempre, gobernando y reinando eternamente con
Aquel a quien reconocemos como el gran Sumo Sacerdote de nuestra fe, el Señor
Jesucristo.
¿Cuál es, entonces, la doctrina del sacerdocio? Y
¿cómo debemos vivir siendo siervos del Señor?
Esta doctrina es que Dios nuestro Padre es un Ser glorificado,
perfeccionado y exaltado; que tiene toda potestad, todo poder y todo dominio;
que sabe todas las cosas y es infinito en todos sus atributos; y que vive en
una unidad familiar.
Esta doctrina es que nuestro Padre Eterno tiene este
alto grado de gloria, perfección y poder porque su fe es perfecta y su
sacerdocio ilimitado.
Esta doctrina es que sacerdocio es el nombre del poder
de Dios, y que si vamos a llegar a ser como Él es, debemos recibir y ejercer su
sacerdocio o poder en la misma forma en que Él lo hace.
Esta doctrina es que Él nos ha investido con poder
celestial sobre la tierra, el cual es según el orden de su Hijo, y, por ser el
poder de Dios, necesariamente no tiene principio de días ni fin de años.
Esta doctrina dice que podemos entrar en un orden del
sacerdocio llamado el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio y también el
orden patriarcal, según el cual podremos crear nuestras propias unidades
familiares eternas organizadas de acuerdo con el modelo de la familia de Dios,
nuestro Padre Celestial.
Esta doctrina establece que tenemos el poder por medio
de la fe, de obtener y controlar todo, tanto en lo temporal como en lo
espiritual; de hacer milagros y perfeccionar nuestra vida; de llegar a la
presencia de Dios y ser como El Por qué habremos obtenido su fe, su perfección,
y su poder, o, en otras palabras, la plenitud de su sacerdocio.
Esta es, pues, la doctrina del sacerdocio, y no existe
ni puede existir nada que sea más grande. Este es el poder que podemos obtener
mediante la fe y la rectitud.
Ciertamente, hay poder en el sacerdocio, ¡el poder
para hacer todas las cosas!
Si el mundo mismo fue creado por el poder del
sacerdocio, ciertamente ese poder puede mover montadas y controlar los
elementos.
Si una tercera parte de las huestes celestiales fueron
echadas a la tierra por el poder del sacerdocio ciertamente ese poder puede
desafiar a los ejércitos de las naciones e impedir la caída de las bombas
atómicas.
Si todo ser humano será levantado de
mortalidad a inmortalidad por el poder del sacerdocio, ciertamente ese mismo
poder puede curar a los enfermos y moribundos, y levantar a los muertos.
Verdaderamente, hay poder en el sacerdocio, un poder
que procuramos obtener y ejercer, un poder por el que devotamente oramos que
pueda estar eternamente con nosotros y nuestra posteridad. Digo todo esto en el
nombre del Señor Jesucristo. Amén.
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